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aires festivos

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La celebración de una fiesta siempre ha constituido un momento importante en la vida del hombre rural. Un momento extraordinario en el que romper la monotonía de la vida cotidiana, descansar de la rudeza de los trabajos y relacionarse con la comunidad. El origen de la fiesta hay que rastrearlo en los ciclos laborales y en los ritos y tradiciones paganas que pautaban la vida del hombre antiguo. Sobre este sustrato heterogéneo, la Iglesia configuró un calendario festivo cristianizado que es la base del actual.
El calendario festivo, marcado por su carácter religioso, se presenta rico y variado a lo largo del año. Si bien en épocas pasadas éste fue mayor, su número se ha reducido debido a numerosos factores de índole social y político (éxodo y envejecimiento rural, modernización de la sociedad, coyunturas políticas, etc.). En esta lógica, hay fiestas que han desaparecido, unas que han mutado sus costumbres y otras que han sido de creadas de nuevo por razones políticas o identitarias como las dedicadas a la Constitución, Comunidad o Comarca. Son más abundantes en los períodos primaverales y estivales que es cuando se celebran las fiestas de los Mayos y todas las fiestas patronales o mayores de los pueblos. El invierno recoge los actos navideños, las hogueras de San Antón y la Semana Santa, mientras que en otoño es el periodo más pobre, en el que destaca la festividad de la Virgen del Pilar, patrona de localidades como Guadalaviar o Frías.

La trilogía festiva: romería, música y toros

Las fiestas y los juegos son los géneros por excelencia de la cultura popular y los únicos resquicios que interrumpen el continuo vital de la sierra. Llegado el verano, los pueblos se preparan para celebrar sus fiestas patronales en las que no pueden faltar tres componentes básicos que aderezan la festividad de los días grandes: romería, música y toros. El pueblo desfila en procesión portando la piana a la ermita del santo patrón y tras la misa se organiza una comida de hermandad. Los eventos taurinos, como elemento inseparable de la idiosincrasia ibérica, tienen un gran protagonismo en esta sierra de hondo calado ganadero en la que no pueden fallar las vaquillas, las corridas y los encierros, incluso a caballo como los de Orihuela. Y, por supuesto, la música de joteros, rondallas y dulzaineros, y el baile al final del día en las plazas, eras o salón.

El carnaval

El carnaval es la fiesta pagana que más personas celebran y disfrutan en todo el planeta. Su origen se remonta a muy antiguo y parece ser una reminiscencia de las antiguas fiestas romanas de las Saturnales y las Dionisias griegas. Estas festividades compartían el momento de su celebración, una época de transición del invierno a la primavera en la que tenían lugar ritos de purificación, coincidiendo con los últimos días del letargo invernal de la naturaleza. Durante la Edad Media con la expansión del cristianismo adquirió auge y la fiesta tomó el nombre de carnaval, que significa “quitar la carne”. Esta despedida a la carne se realizaba los días previos al miércoles de ceniza, fecha en la que se daba comienzo a la cuaresma. Un periodo de cuarenta días, hasta domingo de resurrección, que se destinaba a la abstinencia y ayuno.
En la mayoría de los pueblos de la Sierra de Albarracín se celebraba el carnaval o carnestolendas. Eran tres días de diversión y fiesta popular a lo grande, en lo que casi todo estaba permitido. Mascaradas, bailes, disfraces y otros entretenimientos, como los de perseguir a las mozas para tirarles harina o cenizas, eran comunes. El último día se celebraba el “entierro de la sardina” y un gran baile. A mediados del siglo XX los carnavales se dejaron de celebrar por las limitaciones y prohibiciones de las autoridades. Actualmente se ha recuperado en algunos pueblos la fiesta del carnaval, pero de un modo muy distinto a la original.

Mayo, el mes de María

La fiesta se inicia la noche del 30 de abril con el sorteo de las mayas, las mozas casaderas del pueblo, entre los mozos solteros en una especie de emparejamiento galante. Se dice que al principio de los tiempos cada mozo elegía a su maya preferida y que para evitar que una maya fuera cortejada por varios mozos surgió lo del sorteo y posteriormente la subasta, en la que los hombres pujaban por ser el que lograra el favor de ir a cortejar y rondar a la maya pretendida. Con el dinero obtenido de la subasta se compraban velas a la Virgen y se hacia una merienda a la que las mayas contribuían con huevos. En el sorteo también se incluye la Virgen, el Niño Jesús, algunos santos e incluso fuentes a las que se les canta una versión especial del mayo.
A las doce de la noche del 30 de abril comienza la escenificación del cortejo, la rondalla de mozos, joteros y músicos ataviados con el traje tradicional se dirigen a la Iglesia a cantar a la Virgen y luego por las calles hasta las casas de todas las mayas del pueblo para cantarles un mayo o romance en el que se describe su belleza de forma idealizada en una representación del amor cortes.

Ya estamos a treinta
del abril cumplido
y alégrate dama
que mayo ha venido

52 días de mayo

Según la versión más purista de la tradición, la pareja de mayos duraba hasta la víspera de San Juan. Para muchos jóvenes este episodio festivo significaba el inicio oficial de un noviazgo y el germen de un futuro casamiento. Durante ese periodo, todos los días había baile en la plaza y cada mozo debía procurar que su maya no se quedara sin bailar. También tenía que ir al menos una vez a darle una serenata de jotas rasgadas, que según parece sustituyeron a los primitivos sacramentos y mandamientos, que eran unos cantos amorosos que se componían para este fin. Por último, la víspera de San Juan era obligación engalanar los balcones y rejas de las ventanas de la casa de la maya con ramas y regalos –enramados-. Esa misma tarde los mozos plantaban un pimpollo o mayo -árbol alto y pelado- en el centro de la plaza bajo el que se celebraba el último baile popular, el de San Juan.

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