El origen de la brujería hay que buscarlo en los antiguos rituales paganos que centraban esencialmente su acción mágica en el culto a la fertilidad. Con ellos se pretendía conseguir poderes extraordinarios o sobrenaturales para controlar los peligros que amenazaban la supervivencia individual y comunitaria de unas sociedades agrícolas y ganaderas, extremadamente dependiente de la climatología y los fenómenos naturales. En esta lógica, se pensaba que las malas cosechas, las sequías, las plagas, la muerte de animales, la enfermedad de personas…eran acciones malignas, que los brujos y brujas les procuraban por medios mágicos no naturales, que había que combatir o exconjurar con ritos, liturgias, ceremonias, etc.
El fenómeno de la brujería forma parte del acervo cultural universal. Aunque alguno de los casos más famosos de brujería se produjeron en entornos urbanos, tuvo especial significación en el mundo rural, donde las credulidad e ignorancia del campesinado y las pequeñas dimensiones de las comunidades aldeanas propiciaban el desarrollo de muchas creencias supersticiosas.
El pacto con el diablo
A partir del siglo IX la Iglesia extendió por Europa la creencia de que la magia o los poderes sobrenaturales eran el resultado del culto o pacto con el diablo. Era una interpretación de la brujería más culta o erudita que la popular, pues consideraba que el pacto demoníaco suponía una herejía a la fe cristiana y una amenaza mayor a la estabilidad de la sociedad católica.
De este modo se diseñó un arquetipo oficial de brujería con la publicación de varios manuales del inquisidor en los que se describe a los magos o brujos realizando un pacto con el diablo, celebrando aquelarres, volando y sufriendo metamorfosis para convertirse en animales u otros seres. Esta imagen cultivada y fantasiosa de la brujería es la que ha trascendido hasta nuestros días a través de legajos, la literatura, el cine, etc., y a raíz, sobre todo, de los grandes procesos europeos de “caza de brujas” del siglo XVI-XVII.
La brujería empezó a perder importancia a finales del siglo XVII por una mayor tolerancia social, el desinterés institucional y por el progreso de la razón y la ciencia.
A partir del siglo IX la Iglesia extendió por Europa la creencia de que la magia o los poderes sobrenaturales eran el resultado del culto o pacto con el diablo. Era una interpretación de la brujería más culta o erudita que la popular, pues consideraba que el pacto demoníaco suponía una herejía a la fe cristiana y una amenaza mayor a la estabilidad de la sociedad católica.
De este modo se diseñó un arquetipo oficial de brujería con la publicación de varios manuales del inquisidor en los que se describe a los magos o brujos realizando un pacto con el diablo, celebrando aquelarres, volando y sufriendo metamorfosis para convertirse en animales u otros seres. Esta imagen cultivada y fantasiosa de la brujería es la que ha trascendido hasta nuestros días a través de legajos, la literatura, el cine, etc., y a raíz, sobre todo, de los grandes procesos europeos de “caza de brujas” del siglo XVI-XVII.
La brujería empezó a perder importancia a finales del siglo XVII por una mayor tolerancia social, el desinterés institucional y por el progreso de la razón y la ciencia.
Un fantasma recorre Europa: la caza de brujas
A partir del siglo XIII la brujería se convirtió en una obsesión en Europa y empezaron a organizarse persecuciones organizadas por la Iglesia, coincidiendo con la aparición de un poderoso movimiento herético, sobre todo en el sur de Francia, los cátaros. Para reprimirlos, la Iglesia creó una institución de gran poder, la Inquisición, que con el tiempo se encargaría de vigilar y enjuiciar las prácticas mágicas.
La caza de brujas no tuvo el mismo alcance ni intensidad en todos los países de Europa, siendo Alemania el territorio donde se desarrollaron las persecuciones más virulentas y numerosas, con procesos masivos en los que se condenaba y ejecutaba a centenares de personas. La brujería fue uno de los fenómenos más dramáticos de la Europa moderna y sus consecuencias fueron terribles. Decenas de miles de personas acusadas de connivencia con el diablo, la mayoría humildes mujeres, fueron objeto de terribles oleadas de persecución en las que salió a relucir la radical intolerancia social y religiosa de una época ignorante.
“ | adivinadoras, brujas, comadronas, conjuradores, curanderas, encomendadores, hechiceras, hierberas loberos, magos, matronas, nigromantes, nubleros, parteras, sacatesoros, saludadores, sanadores |
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Magia blanca versus magia negra
La hechicera y la bruja son dos caras de la misma moneda, ya que comparten lo esencial que es la posesión de poderes sobrenaturales para realizar magia blanca/buena y negra/mala. Con independencia de cuál fuera la finalidad de estas prácticas para la Iglesia siempre implicaba la existencia de un pacto diabólico, por lo que estas personas debían ser perseguidas y castigadas. La línea que separaba ambos tipos de magias era muy fina, y del mismo modo podían desempeñar labores benéficas mediante hechicería amorosa o curativa que perniciosas a través de maleficios sobre las personas y los bienes para producirles enfermedad, muerte, ruina económica, etc.
Hechicería y medicina popular
La insuficiencia de servicios médicos fue una realidad manifiesta en el mundo rural durante la Edad Media y Moderna, por lo que la curandería o hechicería sanadora fue de gran importancia para las gentes campesinas que demandaban estos servicios. En muchas aldeas existían personas sanadoras que atesoraban un conocimiento de trasmisión oral, popular y experiencial de remedios curativos basados en hierbas, ungüentos, emplastos, etc. que en muchos casos no difería de lo aceptado científicamente por la medicina oficial, pero que sin embargo sufrieron por ello persecución inquisitorial. No obstante y a pesar del peligro que entrañaba desempeñar este oficio las necesidades sanitarias impusieron la coexistencia entre medicina y curandería a lo largo de siglos.
Jabaloyas, pueblo de brujas
A Jabaloyas se le cita popularmente como el pueblo mágico de la Sierra de Albarracín. Sin embargo, no se le conocen casos específicos de brujería. Sí, en cambio, se han descubierto varios procesos inquisitoriales en los que intervienen personas de Jabaloyas que están relacionados con disputas personales, prácticas judaicas e incluso “mal de ojo”. Era muy habitual entonces utilizar en beneficio propio el Tribunal del Santo Oficio para denunciar como casos de brujería otro tipo de situaciones que no tenían nada que ver con el mundo mágico (conflictos sociales, asuntos domésticos, rivalidades, envidias personales, etc.).
Pero parece ser que la fama brujeril le viene a Jabaloyas del lejano encuentro de unos arrieros con una procesión penitencial nocturna en la que los cofrades, cubiertos de capas y portando velas, fueron confundidos con brujas celebrando un aquelarre, lo que causo un miedo profundo en los arrieros que huyeron del lugar, difundiendo por doquier la noticia. Sea como fuere la cosa, lo cierto es que Jabaloyas cuenta con numerosas leyendas en las que unas veces unas simpáticas brujas roban el vino de las bodegas de Frías de Albarracin y otras una buena bruja cura a sus vecinos.
Toda brujería tiene su geografía
El folclorismo de la brujería sitúa a las brujas y a sus reuniones (sabbats o aquelarres) en lugares perfectamente reconocibles en la geografía de cada pequeña comunidad rural. Son los territorios del mal: lugares elevados, solitarios y a veces lejanos, como montañas o collados; parajes intrincados, siniestros o misteriosos como cuevas, bosques y barrancos; o construcciones humanas como ermitas, capillas o castillos. No solo existe un espacio concreto, también las brujas tenían su tiempo preferido: la noche, y en especial la de San Juan del solsticio de verano.
Con sus 1652 m de altura el Jábalo árabe, Gabaldón o Javalón es uno de los montes más emblemáticos y reconocibles de la Sierra de Albarracín. Y lo es, al margen de su importancia y dominancia paisajística, por ser el lugar legendario de encuentro de todas las brujas de la sierra. Se dice que la montaña está hueca y llena de seres mágicos y que aquí las brujas se reunían las noches de luna, como hacen ahora los lugareños cada noche del solsticio de verano para contar historias y leyendas del pueblo en torno a la hoguera. El halo mágico que desprende el misterioso Javalón se refuerza con la presencia de la pequeña ermita de San Cristóbal que cristianiza el antiguo carácter sagrado de esta montaña, el cual quizás proceda de viejos cultos de los pueblos celtíberos.
El folclorismo de la brujería sitúa a las brujas y a sus reuniones (sabbats o aquelarres) en lugares perfectamente reconocibles en la geografía de cada pequeña comunidad rural. Son los territorios del mal: lugares elevados, solitarios y a veces lejanos, como montañas o collados; parajes intrincados, siniestros o misteriosos como cuevas, bosques y barrancos; o construcciones humanas como ermitas, capillas o castillos. No solo existe un espacio concreto, también las brujas tenían su tiempo preferido: la noche, y en especial la de San Juan del solsticio de verano.
Con sus 1652 m de altura el Jábalo árabe, Gabaldón o Javalón es uno de los montes más emblemáticos y reconocibles de la Sierra de Albarracín. Y lo es, al margen de su importancia y dominancia paisajística, por ser el lugar legendario de encuentro de todas las brujas de la sierra. Se dice que la montaña está hueca y llena de seres mágicos y que aquí las brujas se reunían las noches de luna, como hacen ahora los lugareños cada noche del solsticio de verano para contar historias y leyendas del pueblo en torno a la hoguera. El halo mágico que desprende el misterioso Javalón se refuerza con la presencia de la pequeña ermita de San Cristóbal que cristianiza el antiguo carácter sagrado de esta montaña, el cual quizás proceda de viejos cultos de los pueblos celtíberos.