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madereros y aserradores

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El bosque flotante continuó río abajo, guiado por sus pastores.
Siempre por el estrecho callejón de sus riscos grises y rojizos;
entre los desplomes cubiertos de sabinas y carrascas.

El rio que nos lleva de José Luis Sampedro

Las pinadas de las sierras de Albarrracín han sido desde época medieval suministradoras de buena madera principalmente para construcción civil y naval, además de otros usos menores como leñas, pez, resinas y carbones. Las cortas de árboles maderables han sido siempre uno de los principales ingresos de las haciendas locales, ya que las vigas de madera eran mucho más rentables que cualquier otro uso de explotación del bosque. Aunque en principio se pudiera pensar que la madera es un material más fácil de conseguir que la piedra, la documentación histórica demuestra que durante las épocas medieval y moderna las dificultades para el aprovisionamiento de vigas, viguetas, tirantes, tablones y otros elementos de este material fueron muchas, especialmente si se quería construir un edificio o una cubierta de notables dimensiones.
Ante tal coyuntura miles de árboles de la Sierra de Albarracín fueron talados y llevados a los mercados catalanes, castellanos y levantinos, a través de los ríos conducidos por los gancheros en un largo y peligroso viaje. Las maderadas estuvieron bajando por los ríos ibéricos hasta mediados del siglo XX, momento en que se generaliza la construcción de presas y el transporte en camiones y ferrocarril lo que hizo desaparecer esta actividad y el duro oficio de ganchero.

El bosque horizontal

Se establecieron en el país tres grandes zonas productoras de madera y de transporte fluvial: el Pirineo, las sierras de Segura y Cazorla y la serranía de Cuenca y Albarracín. La forma de transportar la madera desde los montes por el río se hacía formando almadias o nabatas o de manera suelta. La primera es más propia de los ríos anchos, de gran caudal y libres de obstáculos y solo se desarrolló en el río Ebro y sus afluentes pirenaicos, con lo que se abastecía de pino, abeto y haya las industrias madereras de Zaragoza, Tortosa o Barcelona. El transportar los troncos de forma suelta era más económico y sencillo pero exigía mucha mano de obra. Era el método seguido en otros ríos peninsulares como el Guadalquivir, el Tajo, el Segura, el Cabriel-Júcar y el Guadalaviar-Turia para suministrar madera de construcción a ciudades como Sevilla, Toledo, Murcia o Valencia.

De la sierra al Pont Nou de Valencia

Una vez realizada la venta de la madera se procedía a la corta de los árboles durante los meses de otoño e invierno por cuadrillas de leñadores o hacheros. No todos los árboles de la Sierra de Albarracín eran maderables, es decir convertibles en vigas o tablones para la construcción, la carpintería y los astilleros. Solo los pinos rodeno, negral y albar eran los escogidos para la tala por la rectitud y dureza de su madera. Una vez cortado y pelado el pino se arrastraba con caballerías o se transportaba en carros hasta el embarcadero ribereño más cercano, donde se acumulaban a la espera de configurar la maderada que iba a emprender el descenso hacia Valencia. Tras un largo periplo de varios meses de navegación por el río, no exento de riesgos y escollos, la maderada llegaba al Pont Nou de Valencia donde se sacaba la madera y se almacenaba para su venta posterior. En cambio, si la madera iba destinada a los astilleros navales continuaba su viaje hasta la desembocadura en el Grau donde se embarcaba rumbo a Cartagena.

Los gancheros del Guadalaviar-Turia

Las maderas en rollo o escuadras comenzaban a descender por el Guadalaviar-Turia en diciembre, en el resto de ríos peninsulares era a inicios de primavera, pues debían llegar a Valencia antes de abril para no entorpecer el riego de las huertas. Los gancheros eran los encargados de dirigir con habilidad y maestría la navegación de los troncos por el río. Éstos formaban un pequeño ejército, perfectamente jerarquizado y coordinado, al mando del maestro del rio, que era el máximo responsable de la maderada. Era el trabajo mejor retribuido ya que exigía amplia experiencia, conocimientos prácticos y dotes de mando. Cada maderada estaba dividida en tres secciones, la delantera, el centro y la zaga, al cargo de un mayoral, que a su vez tenía a su mando 3-4 cuadrillas formadas por entre 6 y 12 gancheros. La cuadrilla era la unidad básica de trabajo. Estaba formada por un cabo o cuadrillero que hacía de jefe, los gancheros, un guisandero que preparaba la comida y un pinche o mozo para recados. En total, la maderada podía oscilar, dependiendo de su tamaño, entre 100 y 500 hombres repartidos a lo largo de 30 kilómetros de río que durante varios meses conducían el viaje de miles de troncos por el río.

El difícil arte de la navegación

En la sección delantera de la maderada se situaba el maestro para dirigir las obras o adobos a realizar en el río para facilitar el paso de los troncos. Estos eran básicamente tres: encauzamientos, lechos de tablas y asnados. Los primeros se hacían cuando el caudal de agua era escaso y exigía construir un cauce artificial. Los segundos eran menester para salvar los azudes y acequias sin causar daños y los terceros servían para detener temporalmente la maderada. La sección del centro era la más numerosa y solo supervisaba la conducción, mientras que la de zaga se encargaba de deshacer las obras que se habían hecho y de devolver los troncos utilizados al agua. Era el trabajo más complicado de todos lo cual requería una buena dosis de experiencia y veteranía a los gancheros.
Los gancheros que trabajaban en el Guadalaviar-Turia pertenecían a reconocidas sagas familiares entre los que destacaron por su fama los originarios de Chelva. Su dominio de la profesión era tal que dirigían maderadas de otros ríos como el Cabriel, el Guadalope e incluso el Tajo y el Ebro. Su influencia fue tan grande que la indumentaria de trabajo que llevaban, sombrero alado de fieltro negro, faja negra y calzones, se impuso en el resto de gancheros del Júcar, Segura y del Tajo.

El rio de los tres reinos

La madera talada en los pinares de la Sierra de Albarracín que navegaba por el Guadalaviar tenía que atravesar, desde que abandonaba el Reino de Aragón, el valenciano Rincón de Ademuz y las tierras del Marquesado de Moya perteneciente al Reino de Castilla, antes de penetrar y terminar su periplo en el Reino de Valencia. Este viaje nunca fue sencillo ni cómodo, tanto por las dificultades hidrográficas del recorrido como por los conflictos políticos que surgían en los pasos fronterizos y las tensiones con los agricultores ribereños por la afección a las infraestructuras hidráulicas (azudes, puentes, etc.). Incluso, en ocasiones, los gancheros se tenían que enfrentar a cuadrillas de asaltantes y piratas que secuestraban, retenían o robaban la madera. Debido al valor estratégico que suponía el abastecimiento de madera al Reino de Valencia, el soberano dictó una serie de disposiciones reales, en virtud de su privilegio o regalía, para facilitar la libertad de tráfico fluvial en su reino sin el correspondiente pago de derechos, cosa que no sucedía en cambio con la aduana castellana de Moya.

La industria maderera

La explotación forestal de la Sierra de Albarracín ha sido una constante a lo largo de la historia para la obtención de distintas materias primas: pez, carbón, resinas… Sin embargo, la madera ha sido desde época medieval uno de los productos principales de la economía de la sierra. Existen numerosos documentos y legajos antiguos que recogen la tala de pinos para sufragar obras para la construcción de galeras y edificios en Valencia. Pero no solo se comerciaba el tronco en rollo o escuadrado, sino que también productos transformados y elaborados como sillas y costeros de madera que desde los molinos de sierra como el de San Pedro (El Vallecillo) se exportaban al “Reino”. Además, una suerte de pequeños artesanos y carpinteros realizaban todo tipo de enseres, aperos, herramientas y muebles para cubrir las necesidades locales.

A finales del XIX e inicios del XX, se racionalizó el cultivo del pinar para conseguir una explotación más ordenada del monte. Los recursos económicos que se obtenían eran importantes y servían para alegrar las balanzas fiscales de los concejos. En relación a esto cabe recordar a modo anecdótico como las grandes figuras de la canción española -Lola Flores, Manolo Escobar o Francisco- se pasearon por las fiestas populares de un pequeño pueblo como Frías de Albarracín gracias a la venta de pinos. En la actualidad, la cultura de la madera sigue generando un importante volumen de empleo de forma directa con las tareas de guardería, conservación y tala, y de manera indirecta en el sector industrial transformador, con aserraderos y carpinterías en las localidades de Orihuela, Bronchales, Royuela y Albarracín.

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