La ganadería, la principal riqueza de la Sierra de Albarracín
Las duras condiciones geográficas de la Sierra de Albarracín no son apropiadas para el desarrollo de la agricultura, por lo que los principales recursos económicos son los derivados de la explotación de los montes: la madera y la ganadería. Esta última constituyó el sector económico hegemónico desde la Edad Media hasta el siglo XIX, configurando la sociedad y la cultura pastoril de la sierra.
El oro verde de la sierra: los pastos
En la sociedad albarracinense, esencialmente ganadera, los pastos de su territorio eran sus bienes más preciados y la base de su economía primaria y artesanal. Tal era la importancia que tenían los pastos, las dehesas o boalares y los terrenos comunales que en la defensa de ellos que hicieron las aldeas frente a la villa dominante estuvo el origen de la actual Comunidad de Albarracín (s. XIII); así como la formación de la Mesta de Albarracín (s. XV), una organización de protección de los intereses ganaderos similar a la poderosa Mesta Castellana o la Casa de Ganaderos de Zaragoza que estuvo en vigor hasta el siglo XVIII. Al tratarse de tan valioso recurso para su economía primaria, la gestión sobre el control y explotación del espacio ganadero fue una constante fuente de conflictos en los que en ocasiones tenía que arbitrar la figura real.
En la defensa del mundo pastoril y ganadero de la Sierra de Albarracín se encuentra el germen del movimiento asociativo que se materializó, en determinados momentos de la historia, con la fundación de la Comunidad, la Mesta y finalmente el Monte de las Lanas. Esta fue una institución que se creó en la segunda mitad del siglo XVII con el objetivo de comercializar conjuntamente la lana de todas las aldeas y conseguir ante las compañías comerciales los mejores precios de venta posibles. Desempeñó además funciones sociales y financieras como prestamista de dinero a sus miembros cuando así lo requería la situación.
En busca de la eterna primavera
Las posibilidades de pasto de la Sierra de Albarracín para alimentar a una cada vez más abundante cabaña ganadera variaban considerablemente de un lugar a otro de la Comunidad, pero sobre todo dependía de la estación del año. Si en verano la hierba y los forrajes abundaban en altos y montes, permitiendo incluso apacentar a rebaños procedentes de otros lugares, en invierno la situación era bien distinta. La severidad del invierno con bajas temperaturas y fuertes nevadas obligaba a los pastores a huir de la sierra hacia tierras más templadas en las que poder alimentar a sus animales durante la larga estación invernal. Este ciclo estacional de migración de los ganados en busca del buen pasto es lo que se conoce como trashumancia. Un tipo de ganadería nómada que hunde sus raíces en los días en que la tribu bereber de los Banu-Racin dominaba la sierra y que ha perdurado hasta nuestros días, sobre todo en aquellos pueblos más fríos y lluviosos de la comarca como Guadalaviar, Griegos, Frías de Albarracín y Villar del Cobo.
Un pequeño ejército se dirige al extremo
A inicios del mes de noviembre la cabaña trashumante al mando de un mayoral, varios pastores y numerosos zagales y rabadanes avanza lentamente a pie, a razón de una media de 20 kilómetros diarios, estirados por las cañadas en dirección a los extremos. La numerosa tropa está formada por varios miles de animales, ovejas principalmente, pero también cabras, vacas, bueyes, cerdos para proveer de carne, mulos y asnos que transportan el hato (víveres, enseres, sal, útiles, armas, etc.) y perros y mastines que vigilan y protegen al ganado. El destino o extremo donde pasar de noviembre a junio será la campiña manchego-andaluza para unos, la valenciana o la murciana para otros. Hasta llegar allí seguirán unos caminos ancestrales, las vías pecuarias, que han funcionado históricamente como grandes autopistas para conectar las tierras del norte peninsular con las del sur. Durante las siguientes jornadas o semanas que dura el viaje hasta los cuarteles de invierno este pequeño ejército tendrá de sortear los numerosos peligros y amenazas que les acechan en el camino (ataques de lobos, pillajes, robos de ganado, abusos de autoridades, etc.).
La trashumancia y la fusión de culturas
Los pastores trashumantes de la sierra de Albarracín dirigían sus rebaños en invierno a los pastizales del Reino de Castilla, de Valencia y de Murcia. Y en verano arribaban a los agostaderos de la sierra los ganaderos originarios de Castilla, Valencia y Zaragoza en busca de herbajes frescos. Este cíclico trasiego de personas y animales entre distintas regiones peninsulares, supuso un enriquecimiento cultural, social y económico de los diferentes territorios interrelacionados. La trashumancia favoreció el intercambio de productos comerciales entre ámbitos geográficos bien distintos montaña-llano e interior-costa; propició los matrimonios mixtos y los vínculos parentales; y en general fue un importante conector intercultural que permitió compartir ideas, valores y conocimientos.
Los pastores estantes
Aunque los ganados trashumantes hayan sido los más numerosos y representativos de la Sierra de Albarracín, existe otro tipo de pastoreo como el estante, en el que el ganado local no abandona los límites de la aldea, y el trasterminante, en el que los rebaños realizan cortos desplazamientos dentro o fuera de la Comunidad en busca de las dehesas con mejores herbajes. Los animales solían pastar durante todo el año en los rastrojos de los campos y linderos, barbechos, prados y eriales dispersos por el territorio abonando los suelos y estableciendo una relación de mutuo beneficio con el cultivo de la tierra. Esta compatibilidad entre las prácticas agrícolas y ganaderos era extremadamente vigilada en las “siete semanas prohibidas”, entre finales de junio y mediados de agosto, que era cuando coincidía la recolección de la cosecha con la presencia de ganados en los agostaderos de la sierra.
Los pasos de ganado
Con el nombre común de paso de ganado se entiende a toda la amplia red de vías pecuarias que existen en la sierra y que son los caminos por donde se desplazan pendularmente el ganado estante y trashumante. Reciben distinta denominación dependiendo de la región y de la anchura de la vía: cañadas, cabañeras, veredas, cordeles, azagadores, etc. Como verdaderas autopistas de la época, las cañadas conectaban amplios territorios peninsulares creando todo un patrimonio cultural asociado al camino (apriscos, corrales, chozos, abrevaderos, majadas, etc.). Los concejos y comunidades velaban por su conservación y protección para evitar roturaciones y apropiaciones de particulares. Testimonio de este interés fue por ejemplo la publicación por el concejo de Albarracín en 1326 del código pecuario “El libro de pasos, masadas, abrevaderos y dehesas” o como se le conoce vulgarmente el “Libro de Pasos”. Una especie de antiguo road book del pastor que estuvo vigente hasta el siglo XVIII y que describía el itinerario deslindado para trasladar a los ganados a través de las sierras universales.
Merinas y entrefinas
La amplia cabaña ovina proporcionaba dos productos de alta calidad que demandaban los mercados internos y exteriores: la carne y la lana. Muchas de las carnicerías de pueblos y ciudades del Reino de Valencia se abastecían de los rebaños trashumantes, mientras que la lana era uno de los productos más preciados y cotizados en Italia.
La oveja merina se considera una raza autóctona española, que permanecerá recluida en España hasta el siglo XVIII y de la que descenderán todas las demás razas merinas del mundo. Se cree que fueron los musulmanes quienes a través de cruzar ovejas norteafricanas con las del país obtuvieron la raza merina. Esta raza es la que proporcionaba los más finos vellones de lana y, al ser un producto de exportación, la oveja merina fue la reservada para la trashumancia.
Las ovejas entrefinas, cuya lana es de peor calidad, se destinaron al pastoreo local. En la actualidad, se han introducido otras razas en la sierra como la rasa aragonesa por sus mejores resultados cárnicos.