Un oficio perdido
El carbonero fue un oficio tradicional en muchos pueblos serranos durante generaciones que se mantuvo activo hasta mediados del siglo XX. Básicamente consistía en la producción de carbón vegetal a partir de la leña de la casrrasca y el quejigo. Con esta eficiente transformación de madera en carbón se conseguía aumentar un 75% la producción calorífica y reducir unos 2/3 el peso. Descubre a continuación cada una de las fases de producción.
El proceso comenzaba con el arriendo de una parte del monte por varios años, en los cuales durante los meses de invierno se cortaba y troceaba la madera y se preparaban los suelos donde se iban a montar las carboneras. Para su construcción la madera se apilaba de una forma ordenada, es decir, los troncos más gruesos se colocaban en la parte interior, dejando un hueco como tiro, y el resto, de más recio a más fino, se distribuían alrededor formando una pila cónica. Posteriormente, se cubría todo con una capa de hojas y otra de tierra.
A continuación se encendía por la chaminera, el hueco que se había dejado en el centro, y empezaba a cocerse la madera. Con el paso de los días, en la mitad superior de la carbonera se le iban abriendo las lumbreras, orificios pequeños que servían de respiradero, y que según se iba haciendo el carbón se bajaban de nivel.
El proceso solía durar de 12 a 15 días, en los que había que poner especial cuidado para que no se derrumbase la carbonera o la leña no prendiese, añadiéndole palos más pequeños por la chaminera en los huecos que se iban haciendo. Después había que dejar enfriar la carbonera durante 2-3 días antes de desmontarla y recoger el carbón vegetal.
Era común mantener varias carboneras trabajando a la vez, estando los carboneros viviendo en el monte durante su elaboración, durmiendo en refugios habilitados. Luego el carbón se bajaba a lomos de un macho hasta donde llegaban las carretas, que lo transportaban a sus destinos (herrerías, cocinillas, braseros, etc.).
Una vida en el monte
Al igual que los resineros o los pegueros, los carboneros pasaban largas temporadas aislados en el monte. Construían una choza bien robusta con troncos de 2 a 3 metros atados en la punta y alrededor con la peladura de sarga del río todas bien unidas, luego ramas de pino en su contorno, después arcilla envuelta con hojas de rebollo y cubierta con mantillo de césped que sellaban la cubierta y protegía contra el frío y la lluvia. No tenían ninguna comodidad, pero eran impermeables y muy sólidas.
Una de las migraciones temporales en muchos pueblos de la sierra a primeros del siglo XX era la de los carboneros. Familias enteras de pocos recursos económicos marchaban de noviembre a mayo a zonas rurales lejanas como El Pardo, Almazán, Logroño… a fabricar carbón cuando las faenas agrícolas decaían con la llegada del invierno y así poder conseguir unos ingresos extraordinarios. Vivían en chozos o casuchas situadas en pleno bosque que ellos mismos se construían en unas condiciones de gran precariedad y aislamiento. Muchas de estas familias acudían a sus destinos, al cabo de varias jornadas de viaje a pie, a lomos de animal o en carro en el que portaban sus enseres.
La destrucción del monte
La corta y extracción de leñas para uso doméstico, pero sobre todo para la producción tradicional de carbón vegetal para cubrir las extraordinarias necesidades de las fábricas de hierro o ferrerías de la sierra, derivó en una sobreexplotación y destrucción de los montes que los dejó en un estado lamentable y de gran ruina. Se decía que sólo la ferrería de Torres de Albarracín consumía más pinos que todos los vecinos de la sierra para sus necesidades comunes.
El carbón, energía para la ferrería y reales para la comunidad
El carbón era un recurso tan imprescindible para el funcionamiento de la ferrería como vital para la subsistencia de muchas economías aldeanas. La ferrería para asegurarse el carbón que consumía alquilaba a los concejos el monte que iba a explotar, contrataba a los arrieros, peones y carboneros necesarios para su explotación e incluso compraba carbón a trabajadores particulares. De aquí surgió la figura del barraquero, una especie de pequeño empresario carbonero que intermediaba entre la ferrería y los concejos, comprometiéndose a suministrar el suficiente carbón a un precio determinado, para lo cual contrataba una cuadrilla de carboneros para satisfacer dicho encargo. El carboneo era una actividad que aunque lastimosa para la conservación de los montes derivaba ingresos importantes hacia la tesorería de los ayuntamientos y la bolsa de los campesinos, por lo que su práctica se extendió durante bastantes siglos.
La arriería
Los arrieros eran las personas encargadas de transportar el carbón y el mineral de hierro necesario a las ferrerías a lomos de mulas o burros. Solían ser personas del lugar, campesinos de pocos recursos que en los meses de invierno, cuando decaían las tareas agrícolas, compaginaban esta actividad para obtener otras rentas. Era un trabajo duro en el que los muleros tenían que recorrer largas distancias en una jornada de trabajo para obtener un bajo salario por las cargas transportadas y en las que además la climatología invernal solía a menudo endurecer, más si cabe, el ya de por si agotador trabajo diario.