La sal ha sido desde los primeros días de ocupación del territorio uno de los productos básicos en la Sierra de Albarracín, fundamentalmente por el carácter esencial que representa en el mundo pastoril y ganadero. Los rebaños necesitaban recibir diariamente un aporte de sal para equilibrar su dieta alimenticia, sobre todo en verano, por lo que era de vital importancia contar en el lugar con salinas o minas de sal. Y esto, en una Comunidad con una cabaña de varios cientos de miles de animales era un asunto de gran valor estratégico para el desarrollo de la ganadería y de la economía.
Pero la sal no solo era esencial para los animales, sino que también era un producto de primera necesidad para la alimentación humana como sazonador, salazón o curación de alimentos y para ciertas actividades manufactureras o artesanales como el curtido de pieles.
La sal, patrimonio real
Tal era la importancia de este recurso que estuvo muy regulado por las autoridades para evitar la sobreproducción y el desabastecimiento de los mercados. Por lo general, las salinas por derecho de conquista eran propiedad de la realeza aragonesa. Posteriormente aquellas de pequeño y mediano tamaño, fueron entregadas o donadas como gratificación por los servicios prestados a diferentes particulares o instituciones, quedándose para si únicamente las de mayor tamaño. No obstante, mantuvieron una fuerte presión fiscal sobre la explotación y el consumo de sal, pues dicho impuesto era uno de los ingresos más importantes y estables de la Corona.
El estanco de la sal
Una de las peculiaridades medievales que existió fue la obligación que impuso la Monarquía de que los productores tuvieran que vender la sal a una zona determinada, evitando así la competencia y asegurándose la exclusividad del comercio. Es lo que se conoce como el estanco de la sal, constituyéndose de esta manera el monopolio más antiguo en la historia de España, que perduró hasta 1869 fecha en que se liberalizó el comercio de la sal. De este modo, desde los depósitos de sal o alfolíes se distribuía la sal por las aldeas, repartiéndose entre los vecinos según sus necesidades. Las aldeas de la Sierra de Albarracín aunque tenían el privilegio de poder comprar la sal donde quisieran lo hacían en las salinas de Valtablado y de Royuela.
Las salinas de la sierra
Aunque se conocían desde antiguo algunos manantiales o pozos salobres en la Sierra de Albarracín como los de Noguera, Aguas Amargas y Loparde, las principales salinas de la Sierra de Albarracín eran las de la Hoyalda de Royuela y las de Valtablado de Frías de Albarracín que eran las que abastecían a las aldeas de la sierra . En el siglo XVIII el Estado reestructuró el sector para ejercer un mayor control sobre la producción salinera lo que origino el cierre de la mayor parte de las explotaciones menores. De las 8 salinas que conservó la Corona para abastecimiento de Aragón solo las de Valtablado se salvaron de quedarse “cerradas y sin labrar”., el resto fueron cegadas y clausuradas.
Posteriormente, se siguieron utilizando durante el siglo XIX y parte del XX, pero principalmente para uso particular y doméstico (alimentación del ganado y salazones).
Todos los manantiales y pozos de salmuera para la obtención de sal que se localizaron en la Sierra de Albarracín y en otros lugares de la Cordillera Ibérica tienen en común que afloran de los depósitos yesíferos, arcillosos y margosos de la facies Keuper, perteneciente al Triásico superior. Hay que diferenciar este tipo de salinas de otras importantes explotaciones situadas en Aragón como las minas de sal gema de origen Terciario de Remolinos y Castellar o las lagunas saladas de Sástago y Bujaraloz.
Valtablado, las salinas de la corona
Desde su primera referencia documentada en el año 1177, aunque ya funcionaban mucho antes de esa fecha, las salinas de Valtablado sufrieron hasta mediados del siglo XIX un continuo de donaciones, traspasos, arriendos, etc., aunque sin abandonar nunca las nobles manos de reyes y señores.
Las salinas contaban con dos pozos con noria cerrados y cubiertos con tejado: el de arriba y el de abajo. Desde aquí se bombeaba agua a los 3 depósitos o recocederos que luego abastecerían las eras. Estas se limpiaban a primeros de junio antes de iniciarse la producción que duraba hasta septiembre. La sal se recogía cada 8-10 días y tras dejarla secar se almacenaba en el almacén o alfolí para su posterior distribución y venta. En este proceso intervenían hasta 16 personas, campesinos del lugar que recibían un salario mayor que el acostumbrado para compensar que el trabajo se realizaba en verano, lo cual obligaba a ausentarse de las labores de recolección de la cosecha, además de la distancia que debían recorrer los trabajadores cada día entre Frías y Valtablado. Por lo tanto, el trabajo de salinero debía ser una ocupación temporal, reducida al periodo estival, que servía para complementar las rentas agropecuarias de los aldeanos.
La otra sal: el alumbre
El alumbre es un mineral a base de sal que contiene sulfato de potasio y de aluminio cuyo uso en la industria textil medieval fue de extraordinaria importancia como mordiente para fijar el color de los tintes naturales. Debido a la necesidad que había de abastecer a las manufacturas textiles se buscó en la Sierra de Albarracín yacimientos de esta roca que permitiera prescindir del alumbre extranjero que se importaba desde los puertos de Valencia y Barcelona, procedente en un primer momento de Turquía y, tras la caída de Constantinopla en manos de los turcos, de Italia. Su valor económico y estratégico era tal que la Monarquía consideró el alumbre de su propiedad y controló su explotación mediante concesiones mineras de las que esperaba obtener fuertes beneficios. En el siglo XV se encontró una mina subterránea en la localidad de Torres de Albarracín de alumbre de roca. Un tipo de alumbre procedente de rocas volcánicas de una calidad superior al alumbre de tierra que se encuentra sobre los depósitos de lignitos y a un nivel más superficial. Sin embargo, la producción de alumbre de roca de la mina de Torres fue escasa, de baja calidad y no llegó a cubrir la demanda local, por lo que tras su cierre fue reemplazado en las manufacturas por los alumbres de tierra del Bajo Aragón.