La medicina moderna y convencional tardó en llegar a la Sierra de Albarracín, así como a tantos muchos lugares de la España rural, lastrados por su dura climatología, su aislamiento viario y su escaso desarrollo económico. No sería hasta bien avanzado el siglo XX cuando se empezó a articular y organizar un sistema sanitario. Además, cuando se contaba con un médico o boticario no siempre se podía pagar sus servicios o comprar las medicinas prescritas debido a la situación de pobreza en la que vivían muchos hogares. El tratamiento de las enfermedades pasaba pues por una medicina tradicional basada en remedios caseros y en la intervención de curanderos que ejercían su saber empírico utilizando la única farmacopea que conocían, la naturaleza. En este contexto hay que reseñar a las aguas minero-medicinales como un complemento a la medicina tradicional que se ha empleado desde la antigüedad hasta nuestros días para tratar las dolencias.

Las propiedades curativas de las aguas minero-medicinales se deben a su composición química y a los agentes biológicos que contienen. Esta agua procede de la lluvia, que al infiltrarse en el subsuelo atraviesa rocas y materiales sedimentarios, obteniendo así las sales minerales y los iones que van a definir sus características curativas. A lo largo de este proceso el agua se enriquece también con sustancias orgánicas que le confieren efectos terapéuticos para la salud de las personas.